Precaria Paz Parlamentada

Colonia perdida – Episodio 3

Donde la palabra y el dinero son más poderosos que la violencia directa, aprendemos a querer a la fauna local y dejamos la mucha gente enfadada en Lost Ways

Episodio anterior: Intrépidas Investigaciones Introspectivas


Es un espacio elegante y decorado con buen gusto… o era, porque ahora está todo destrozado por una hembra de chaouk que remató con todo lo que había comestible y ahora está devorando el sofá. Los chaouk son una especie de lagartos melenudos, con tres metros de largo desde el hocico a la cola y una boca llena de dientes del tamaño de remaches de obra. El pueblo anouk de Banshee los doma y usa como montura, y suelen llenar las pesadillas de los colonos humanos que se enfrentan a ellos.

Neris, piloto de la nave Frijolito e integrante del pueblo anouk, avanza decidida hacia bestia, de nombre Martina. Tiene vagos recuerdos de hace algunas horas, cuando ella y su tripulación, con un impresionante montón de licor en el cuerpo, le robaron una mula mecánica a la comunidad rusa, que resultó venir con la chaouk dentro, le robaron la chaqueta a Nathan Fellowes, piratearon el omni mando de acceso a su casa, se colaron dentro, hicieron una recena con lo que pillaron en la nevera y Neris, personalmente, liberó la Martina en el jardín hidropónico. Fue una borrachera bien mala.

Una prima de Martina en su hábitat natural

Tras ella, Lupita, la mecánica, intenta hacerse un arma improvisado con una lámpara. Le sale regular, pero no quiere acercarse al bicho ese con las manos desnudas. El problema es que la chaouk ha resultado ser un regalo de aniversario para la hija de Sergei Kovalenko, un empresario del Cinturón que no tiene muy buenas pulgas. Y ahora la vida de la tripulación depende de volver a capturarla. Si es que no pierden la vida en la captura, claro.

Fuera la capitana Jack Williams y Jarmarious, el oficial de seguridad, dialogan con Nathan Fellowes y con un funcionario de la estación Lost Ways, para conseguir convencerlos de que no los metan en la cárcel, a cambio de recapturar a la chaouk. Cuando se enteran de que es propiedad de la familia Kovalenko, pasan a ser más colaborativos.

Neris, hablando en su lengua materna y con los gestos apropiados, consigue guiar la Martina de vuelta al jardín hidropónico, aunque los dientes pasan cerca, pero resulta ser sólo un cariño… Queda meterla en la jaula, que sigue abandonada entre las plantaciones arrasadas por la criatura, y logra hacerlo gracias a la ayuda de la capitana, que algo sabe también de tratar con bichos… Jack Williams ha aprendido unos cuantos trucos desde aquella vez que perdió un transporte de ganado y millares de créditos por culpa de una pareja de chaouks hambrientos.

A Kovalenko lo que es de Kovalenko

Con una mezcla de persuasión y amenazas, logran que Nathan Fellowes preste su mula mecánica para tirar de la jaula y leve al grupo de vuelta al casino Lana casa de lana suerte, para devolver la Martina. Neris quería ir cabalgando en ella por los corredores adelante, pero al final acepta que no es la mejor de las ideas.

Fellowes lo hace, eso sí, sin dejar de verbalizar su deseo de no volver a verlos en la vida y denunciarlos por los destrozos de su casa. Y con esa cantinela marcha una vez hecha la entrega.

En el casino, Andrei, el hombre de Kovalenko, recibe la jaula con una sonrisa de medio lado, y celebra «la eficiencia que este grupo consigue cuando está motivado». Después de que unos matones metan al pobre animal para dentro del edificio y de que Neris se despida con ojos tristes, Andrei les da algo de información extra:

Celebro no tener que informar ya al Tong de vuestros asuntos. Están preguntando por toda la estación, y no van a tardar en ponerle precio a vuestras cabezas.

Parece que habrá que que resolver el asuntillo de haber estafado al Tong en un combate amañado. Y el otro asuntillo de haber perdido a su pasajero mormón, Lucas Fehr… a quien le dieron el onmi-mando de acceso a su nave.

¿Quieren una crema de champiñones?

La intrépida tripulación toma una copa en el casino, a la que están invitadas por el trabajo bien hecho, y reflexionan sobre su futuro inmediato… ¿Y ahora que carajo hacen?

Las pistas apuntan a varios lugares… un ring de luchas ilegales, alguna clase de templo del que no se acuerdan, y un salón de tatuajes, El gato solista, donde Neris marcó sobre su piel a silueta de la nave Frijolito, su hogar. Tras unas bebidas (sin alcohol) y una reflexión, escogen el sitio que parece menos peligroso, el salón de tatuajes.

El gato solista —insertar queja de Jarmarious sobre los problemas de naming que tienen los negocios de esta estación— está lejos de las zonas ricas, casi pegado al eje, donde la gravedad es más baja y las viviendas más baratas. Es un cubículo de unos diez metros cuadrados, con las paredes llenas de diseños para tatuajes, un par de sillones reclinables, un mostrador mínimo y dos mujeronas rubias atendiendo. Una hace contabilidad mientras otra cocina algo en un fogón.

La cocinera saluda amablemente a Neris al entrar y le ofrece la crema de champiñones que está preparando. Claro que se acuerda de ella, nunca antes había tatuado a una anouk. Eso sí, ella y el colega iban con un pedal épico… ¿El colega? Un mormón que pidió que le escribiesen en el pecho, sobre el corazón, el nombre de Bianca, que era el amor de su vida o no sé que.
El tipo iba pasadisimo. Aquí la amiga anouk terminó antes y se metió en el restaurante chino del final del corredor. El mormón se quedó un rato más y dijo que se iba a declarar la Bianca. No lo hemos vuelto a ver... ¿Seguro que no queréis crema de champiñones?

Jarmarious acepta la crema, porque «toda la comida de esta estación está hecha con hongos, pero esta crema por lo menos es honesta al respeto». Y la tripulación afronta el próximo destino…

Este hombre ya se hace algo pesado…

John Turnbull

Pero en una esquina oscura de los pasillos, llega un encuentro semi-inesperado. John Turnbull, marine de la EXFOR de permiso, que quiere pagar a hostias a humillación que el grupo le hizo sufrir. Impasible al diálogo, se echa encima de Jarmarious armado con una porra eléctrica y está a punto de derribar al gigantón con una descarga. Solo a punto.

El ex-mercenario aguanta el shock, se revuelve, golpea a Turnbull con el hacha que escamoteó en el asteroide hace unas horas y se aleja el justo para que Lupita y Neris se le echen arriba para derribarlo y desarmarlo. Todo se ha resuelto en cuestión de segundos. Los llamamientos a la paz de la capitana resuenan en las paredes metálicas.

El breve combate concluye cuando otra marine de permiso, Irina, sorprende al grupo por detrás armada con un subfusil e impone el fin de las hostilidades. Se lleva a uno John doblemente humillado, con un aviso de que la cosa no quedará así.

Verde por el dinero, rojo por la sangre

El Gran Dragón Verde es un topiquísimo restaurante chino… decorado completamente de rojo. Motiva otro comentario de Jarmarious sobre los problemas de naming. Un empleado está limpiando con augarrás una pintada en la puerta, que pone «DALTÓNICOS».

El operario avisa de que el restaurante está cerrado, pero la capitana se hace notar, muy amablemente, pregunta por el paradero de su amigo Lucas Ferh. Al fulano se le ponen una sonrisa sádica y les dice «claro, para vosotros sí que hemos abierto».

El Gran Dragón Verde (y daltónico)

Dentro, encuentran un restaurante muy desordenado, con varios hombres de aspecto peligroso sentados en las mesas, pasando el tiempo… hasta que se giran al ver a la tripulación. De la cocina sale un enorme tipo de ascendencia china, Johnny Lo, tatuado de pes la cabeza, calvo, vestido con un mandil de cocina lleno de sospechosas manchar rojas, y con una hacha de carnicero en la mano.
Si llego a saber que me vendríais a visitar no tendría a mis hombres buscándoos por toda la estación. Quiero mi dinero… !y a mi mono! ¿Dònde esta el pequeño Mao?

Del fondo del restaurante surgen un par de hombres más, llevando a un maltrecho Lucas Ferh, con un ojo morado y pinta de haberse meado en los pantalones.
Vosotros y vuestro amigo me la vais a pagar…

La tripulación tiene un recuerdo casi colectivo, en el que… están comiendo en ese restaurante, discutiendo con el camarero por la calidad de los hongos a la pekinesa. Huyendo mientras Neris abraza a un mono y clama por la libertad de toda criatura. De ahí pasamos a colarse en el vagón de un convoy de carga espacial, con un grupo de Tongs pisándoles los talones, una pelea, un golpe a la palanca que sujetaba el vagón y un breve viaje por el espacio hasta espetarse con un asteroide. El cadáver del mono cruza ante nuestros ojos en gravedad cero, tal y como lo vimos al inicio de esta aventura.

El grupo traba saliva colectivamente. Los tongs comienzan a sacar armas de debajo de las chaquetas. Jarmarious agarra el hacha y grita que ya está harto de todo el mundo en esta puñetera estación. La violencia está en el aire… Hasta que la capitana Williams sube a una mesa y dice «¡quieto todo el mundo!».

La estrategia no debería haber funcionado, pero asistimos a un momento mágico, en el que la lengua de Jack teje argumentos y mentiras con una facilidad nacida del miedo (que a ver quien quiere enfrentarse desarmada a una docena de matones). Jura que enviaron al pequeño Mao a una reserva en Banshee donde será feliz con otros animales , y jura hacerse con el dinero que deben (¿1.900 créditos? Claro, pan comido).

Tras un silencio tenso, una lágrima cae por la mejilla de Johnny Lo, pensando en su pequeño amigo en libertad. La violencia se disipa. Y el chino acepta esperar dos horas por el dinero antes de hacer croquetas con Lucas Fehr primero y con el resto de la tripulación después, en cuanto los pillen. Que los pillarán si esto es un engaño.

Cabos sueltos en Lost ways

La tripulación se ve aliviada por haber escapado una vez más de las garras de la muerte gracias a la labia sin par de su lideresa… y comienza a pensar en como diablo obtener ese dinero. Recuerdan que en una taquilla del casino Lana casa de lana suerte hay una bolsa propiedad de Neris, aunque no tengan la llave, y para allá que van.

En una operación estilo Oceqn’s Eleven de marca blanca, el grupo monta una performance para distraer la atención en la sala principal del casino, y la siempre hábil Lupita se cuela en la zona de las taquillas. Con elegancia y las herramientas que tenía en los bolsillos, abre la cerradura sin dejar marcas, coge la bolsa y sale discretamente del casino.

La fortuna de la Neris alcolizada del pasado acude al rescate: en la bolsa hay 2.091 créditos en legítimas gaanancias. Suficiente para pagarle al Tong y salvar el culo sin quedarse en la ruina total.

Solo queda aflorar un último recuerdo, Lupita cogiendo un par de botellas de la reserva de licores que su pasajero, Lucas Fehr, llevaba en el equipaje, pensando que no las echaría en falta. Las sirvió para «animar» la última cena que tuvieron antes de que el mormón dejase la nave y claro que animó a la cosa.

Despedimos el escenario con un encuentro con el magullado Lucas, protestando porque el viaje ha mandillado su honor y porque «a ver como se les ocurre robarme del licor sagrado, es una reserva especial para las bodas mormonas, para acercarnos a Dios». Gruñendo, el casamentero devuelve el omni-mando de la Frijolito y paga(case todo) lo que debía del viaje. Pero como buena parte de la gente de Lost Ways, espera no volver a cruzarse con nuestro grupo. Para la imaginación queda como son exactamente las bodas mormónicas en el sistema Faraway.

Casi 24 horas después de abandonarla, Jack, Lupita, Neris y Jarmarious regresan su nave, a su hogar. El asistente digital las recibe con voz desapasionada: «Tienen 4 mensajes nuevos». La Oscuridad espera con los brazos abiertos.

Episodio siguiente: El precio de la carne


Adaptación de la aventura Lost Ways, traducida y compartida por Millán Mozota. Jugamos en el universo de Deadlands: Colonia Perdida, publicado en castellano por HT Publishers.

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